Cae
la noche, y el calor sigue apabullante en esta ciudad, una sensación
de desasosiego invade cada célula de mi cuerpo. Tú no ayudas a
nada, no ayudas a aliviar este sentimiento de soledad y de inquietud.
Los días pasan lentos, tanto como cada vez que he imaginado pasar mi
dedo índice por tu piel como si de un violonchelo te tratases. El
verano no existe, es solo un estadio de embriaguez que nos confunde.
La
soledad no es eso que vives estando solo, sino más bien cuando estás
rodeado de gente. Me rodean muchas más personas que quizá meses
atrás, pero la gota cae en el vaso cada día recordándome que solo
me duermo, y solo me despierto. Un sentimiento necesario algunas
veces, pero tan poco oportuno como la lluvia del mes de julio cuando
no lo necesitas. Sentir que eres secundario, y que solo tú eres
quien importa en tu sola vida. La frivolidad de la vida es
parece ser la razón de ella misma. Estar solo, vivir solo, contar
estrellas solo.
El
calor es demasiado intenso para discernir el desasosiego y tu falta.
Sigues expectante a que algo pase en tu vida, mientras el resto
observa su agenda sin nada más que hacer que observarla. Y el calor
puede con mis ganas de hacer nada de provecho y aplasta todo aquello
que podría inspirarme excepto el desasosiego y las ganas de que
acabe esto. Ojalá te dieses cuenta que no importas, ni yo tampoco.
La
soledad, el calor, no importa.
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