
Creo que es hora de sacarlo de mis ojos, de mis orejas, de mis pensamientos. No sé nada de él, simplemente sé que sus palabras siguen siendo poéticas y de cebollino. Sus verbos se conjugan en envidia y celosía de no poder saber si eso me lo dedica a mí o a cualquier cuerpo que le viene en gana. Sus adjetivos se tranforman en melancolía y gotas saladas muertas en mis ventanas que le lloran por rabia, mar y violetas. Sus sustantivos derivan en una sin sustancia mientras lo leo, porque tantas veces he creído que son mentiras bellas, pero no piadosas.
Nunca me hiciste ningún bien, y ahora hago fotos que algún día verás que nunca serán tuyas. Y yo te seguiré esperando desde mi diván intentando robarte una de esas palabras que salen de tus labios acoraz(on)ados.
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